Hace más de 30 años, una elegante mujer vestida de rojo y cinco simpáticos curas mostraron, por dentro y por fuera, que el Chevrolet Sprint estaba suficientemente «bien pensado» para conquistar el mercado nacional con diseño, robustez y calidad.
Por Camilo Ernesto Hernández Rincón, historiador automotor.
Especial para EL CARRO COLOMBIANO.
Para Colombia, los antecedentes del Chevrolet Sprint reposan en el Suzuki Alto y en parte, en el pequeño Suzuki SC100 o Cervo CX-G, ambos importados en la época de la «Apertura Turbay» de 1980. Pero tres años después, en plena renovación de la oferta automotriz nacional, en Japón se lanzaba el Suzuki Cultus/Swift del que realmente provino este modelo.
Debutó en el país en octubre de 1986 como el nuevo producto de Colmotores para el segmento popular, del que había estado ausente desde los tiempos del Simca Mil de la era Chrysler. En aquel tiempo GM tenía participación en Suzuki, ventaja que supo explotar en diferentes mercados bajo distintas denominaciones.
Así mismo, en la Colombia de mediados de los ochenta y con las novedades de Mazda y Chevrolet que competían con la tradición de Renault, el Sprint fue una respuesta estratégica en el momento preciso. Hizo retornar a la ensambladora al primer escalón del mercado con un vehículo moderno y robusto.
Memoria colectiva
Los primeros modelos, con parrilla frontal negra envolvente y compuerta trasera sin spoiler integrado, no alcanzaron a durar un semestre en vitrina. Rápidamente dio paso al diseño permanente de luces trapezoidales y frente en color de la carrocería con el que duró en producción durante 18 años.
Contaba con motor de 993 c.c. y tres cilindros, otorgando una economía, confiabilidad y calidad que eran la respuesta mejorada al Renault 4. Y luego, a todos los económicos nacionales o importados que surgieron hasta 2004, cuando desapareció del mercado.
Con él se generó la Copa Sprint de automovilismo, y en sus últimos años, gastó su oportunidad final como taxi compitiendo con monovolúmenes coreanos como el Hyundai Atos. Aún es recordado con gratitud por el automovilismo y los taxistas colombianos.
Complemento
El público recuerda sus diferentes campañas publicitarias. Una de las más célebres fue la de aquel comercial que cantaba «Quiero mi Sprint, adoro mi Sprint, su línea moderna, su espacio interior (…)». Pero una campaña de finales de los años ochenta es quizás más recordada por recurrir a un sutil sentido del humor reforzado por un astuto uso del color.
Tanto en revistas como en televisión se hicieron famosos dos ejemplares, cada uno en manos de propietarios muy distintos. Ese contraste se manejó más desde la idea del complemento mutuo, que de la lucha de contrarios.
En medios impresos se recurrió a la doble paginación. En televisión, a percibir dos ideas, una seguida de la otra. Primero, una mujer joven y sofisticada vestida de conjunto rojo, preconiza que su nuevo Sprint de color negro va con su estilo, porque el exterior era lo más importante. El texto del impreso resalta que el diseño moderno era la motivación de la juventud para elegirlo.
En segunda instancia, un grupo de simpáticos sacerdotes de sotana negra y sombrero de teja junto a un Sprint rojo, hacen hincapié en que lo realmente importante para ellos es el interior.
Esta cualidad se representa textualmente en la comodidad para cinco personas, con cinco puertas y cinco velocidades. Es quizás la respuesta más sobria y a la vez sensata, a la ya mencionada «guerra» entre el Renault 4 y el Mazda 323 Coupé. Aunque se habla de la familia, resulta curiosa la aparición de cinco curas muy bien caracterizados y divertidos.
El resultado aún se recuerda, hasta por las casuales críticas de alusión a intenciones «non sanctas» o más frívolas de la propietaria de rojo, explicables solo en virtud de una sociedad previa a la Constitución de 1991, más tendiente al fervor católico.
Lo cierto es que esta campaña formó parte del éxito granjeado a lo que se anunciaba: que el Chevrolet Sprint era un carro «muy bien pensado». Lo suficiente como para ser objeto de gratitud y cariño en el mercado nacional.
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Textos e investigación: Camilo Ernesto Hernández Rincón.
Imágenes originales: Archivo EL CARRO COLOMBIANO, Marcelo Correa, Omar Johannes Pulido.
Edición de texto, reconstrucción digital de imágenes, y Dirección General: Óscar Julián Restrepo Mantilla.