Las alertas originadas en la creciente contaminación ambiental en las ciudades de nuestro país, en realidad, son crónica de un problema anunciado hace años. ¿Qué hay alrededor de esta situación? Análisis general.
Se ha puesto casi de moda escuchar y leer sobre alertas sobre contaminación del aire en las metrópolis colombianas. Pero, ¿por qué siendo un problema que se venía vaticinando hace más de una década, hoy se retoma como un tema de complejo análisis, consecuencias y rebote de responsabilidades?
Factores y responsabilidades hay muchas. Van desde la escasa cultura ambiental generalizada, pasando por el fracaso de estrategias ambientales en empresas públicas y privadas y, por supuesto, la poca voluntad política y administrativa frente a estos temas. Todo esto, da como resultado que el primer y mayor afectado sea la salud de la población en general.
Un problema de vieja data
La escalada de fenómenos ambientales empezaron a sonar discretamente, pero con fuerza, desde la década de 1990 con el famoso agujero en la capa de ozono. Luego vinieron el calentamiento global y el derretimiento de los polos, tema que cada vez más ha venido en auge, con consecuencias que ya se ven y se sienten en el planeta entero.
Pero para no ir muy lejos, basta con observar lo que ocurre en las ciudades. El smog dejó de ser un mito urbano y personaje de las películas y series extranjeras, a ser un vecino nada agradable de los colombianos. Es lo que en suburbios y en zonas altas se ve como un velo gris, opaco sobre las ciudades, seguido de un colchón un poco marrón y, arriba de estos, finalmente vemos el cielo azul.
Estas escenas recurrentes son el mejor reflejo de las 14.400 toneladas de partículas emitidas anualmente en Colombia, y que afectan la calidad del aire.
Niveles alarmantes
Pero, ¿por qué ocurre esto? La respuesta es muy sencilla: la polución, producto de la emisión de gases contaminantes y dañinos para la salud humana, especialmente en los grandes centros urbanos e industriales donde habitan tres cuartas partes de la población colombiana.
Para 2014, esta problemática ya representaba más de 8.600 muertes anuales, impacto que también ha diezmado la cantidad de ejemplares de vida silvestre, especialmente las aves. Veamos, cómo se mide la contaminación ambiental en las ciudades.
La Organización Mundial de la Salud fija el límite “sano” de material particulado en el aire en 20 microgramos por metro cuadrado o mcg/m3, que para las ciudades colombianas usualmente se expresan en la presencia de ozono y óxidos de carbono, azufre y nitrógeno.
En el caso de Bogotá se ubica entre los 130 y 160 mcg/m3, que hace insalubre el aire aún en un día lluvioso, y con niveles por encima de los 230 mcg/m3 en días en que se declara alerta ambiental. Incluso ha superado los 400, generando un grave problema de salud pública.
Directo a la salud
Lo más preocupante son las PM 10 y PM 2.5, partículas suspendidas en el aire con entre 10 y 2.5 micrómetros o micras de espesor, es decir, la diezmilésima parte de un milímetro o, 10 veces o menos el grosor de un cabello humano. Son más peligrosas, pues los pulmones no pueden retenerlas completamente. Así, pasan directamente al organismo, causando enfermedades respiratorias, cardiovasculares y cáncer.
Esta materia particulada es una mezcla que puede incluir sustancias químicas orgánicas, polvo, hollín y metales. Proviene de automóviles, camiones, fábricas, quema de madera y otras actividades, mayoritariamente de tipo industrial.
Lo anterior, deriva en aumentos alarmantes de afecciones como asma, bronquiolitis, neumonía y el aumento en la propensión de padecer infecciones respiratorias agudas, que solo en Bogotá representa más de 2.000 muertes al año y en el mundo más de 8 millones.
¿De dónde viene todo esto?
Contrario a lo que se ha dicho, son los motores de tecnología obsoleta diésel y las industrias con escasa vigilancia y gestión ambiental, con poco o nulo uso de filtros y manejo de residuos expulsados al aire, que causan un gran volumen del material contaminante (más del 80%), y no el polvo de las calles y casas.
Además, influyen factores como las corrientes de aire, lluvias y disposición geográfica de las ciudades (como el caso de Medellín y el Valle de Aburrá).
Los carros y motos particulares también su cuota en todo este embrollo, pero en una proporción menor. Claro, con excepción de las motos de dos tiempos que aún existen, y los vehículos de modelos inferiores al año 2010 o con un mantenimiento deficiente, que se convierten en auténticas chimeneas.
Pero si de chimeneas se habla, es inevitable recordar los buses de Transmilenio (*), buses convencionales, tractomulas, volquetas y camiones con viejos motores diésel que dejan, tras de sí, las ya típicas estelas de humo.
Esto ocasiona que las grandes vías y avenidas de las ciudades y el país presenten en sus zonas aledañas altos índices de contaminación y capas de hollín que se pegan a los andenes, fachadas, señales de tránsito y luces de semáforo. Y sí, eso también llega a nuestros pulmones.
Así las cosas, la contaminación en las ciudades de Colombia es producto de la suma de varios errores:
- Vehículos particulares, de carga y transporte con más de 15 años y para estos últimos, escasos programas de renovación de vehículos, bajos o nulos controles de emisiones en más del 50% de municipios del país.
- Parque automotor diésel con tecnología obsoleta (Euro I a IV principalmente).
- Tala indiscriminada de bosques.
- Quema de biomasa.
- Escasa cultura ambiental y de reciclaje.
- Ineficaces estrategias ambientales, que se quedaron en los tips y consejos cotidianos en el hogar y el trabajo repetidos hasta el cansancio con el fin de no contaminar.
Ejecución y compromiso, más desde allá que de acá
Colombia consume al año 3.200 millones de galones de combustible. De estos, un 54% es gasolina y el 47% diésel, haciendo así responsable al parque automotor del 70% de la contaminación que se genera en el país, y de ese total, entre el 60% y el 70% es generado por el diésel.
Para hacer frente a este panorama, en Colombia se adoptó la Resolución 2254 de 2017, o nueva Norma de Calidad de Aire. Su aplicación inició el 1 de enero de 2018, con niveles más estrictos para el año 2030 y requerimientos a zonas críticas, lo que ha permitido tener los estudios, alertas y estrategias que se han visto en los últimos meses, especialmente en Bogotá, Medellín y el Valle de Aburrá, y Bucaramanga.
Esta normatividad cumple con los estándares exigidos por la OMS en materia de calidad del aire, buscando reducir el índice de material particulado y contaminante hasta en un 50% para los próximos 11 años. Es un paso importante, pero quedan por analizar el cuidado de los ecosistemas y sus servicios a las comunidades, y el estímulo al uso y masificación real de medios de transporte electrificados, ideal para estar acorde a la evolución de la movilidad en el mundo.
En este apartado, cabe destacar los beneficios y exenciones para estimular la adquisición de carros híbridos y eléctricos, que en el último año creció un 300% según cifras de Andemos y para lo que, afortunadamente, no se perjudicaron en la reforma tributaria del actual gobierno.
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Y el transporte masivo eco-amigable, ¿para cuándo?
Aun así, mientras en Santiago de Chile se implementó una flota de 300 buses eléctricos a su sistema masivo y Quito inaugura su primera línea de metro (no elevado), en Bogotá se sigue buscando cómo sacar provecho a un sistema que colapsó hace más de cinco años, y se prevé un metro elevado que prometen “será como volar bajito en un helicóptero”.
Esto, solo generaría más contaminación visual y auditiva a las atiborradas calles bogotanas y del que ya hay reparos técnicos y jurídicos que de seguro seguirán dejando al metro bogotano en una fantasía de nunca acabar.
Desde hace décadas, Bogotá requiere proyectos a largo plazo. Pero la mezquindad y orgullo personal han podido más que ofrecer un sistema de transporte masivo decente, eficiente y amigable con el medio ambiente y con el bolsillo de los usuarios. Además, claro está, de vías que descongestionen el tráfico mixto y pesado que cruza vías principales, barrios y zonas residenciales.
¿Qué ocurre afuera?
En Europa, y más concretamente en Alemania, se vetó el uso de motores diésel con tecnología Euro V por sus filtros de partículas obsoletos, de la cual Bogotá encargó más de 600 articulados a Volvo. Se dio paso a la tercera y cuarta actualización de la norma Euro VI (con catalizadores SCRT), y en 2020 la Euro VII, que para muchos será el principio del fin de los motores diésel por sus muy estrictas normativas de emisión.
Su llegada será un reto para los fabricantes, que desarrollan tecnologías más limpias con catalizadores y filtros más eficientes, sin que ello represente un desbalance significativo en la relación costo/beneficio.
Mientras tanto, en Colombia seguimos con las cortinas de humo, que salen de los buses y camiones que ciudades prohíben y países ya planean su desaparición. Y que algunos aún defienden, por nada más que intereses personales y económicos.
Pero, no toda la culpa es del gobierno
Es cierto que los gobiernos de turno deben trabajar por hacer un mejor país desde sus territorios, y garantizar mejores condiciones de bienestar para sus ciudadanos. Pero como colombianos, debemos ser conscientes que este problema es responsabilidad de todos y debemos ponernos la camiseta, en pro de un mejor medio ambiente.
Sembrar un árbol, reciclar, hacer un correcto mantenimiento a nuestro carro (más aún si se trata de un modelo de más de 10 años o que no incluya filtros y catalizadores contemplados en la normativa vigente), e incluso, no arrojar basuras a las calles y por qué no, considerar adquirir un vehículo híbrido o eléctrico, son tareas que cada quien debe hacer un hábito y benefician poco a poco al medio ambiente y a todos en general.
Por supuesto, esperemos que los gobiernos locales, departamentales y nacionales se ‘pongan las pilas‘ y no tomen las medidas necesarias cuando quizá ya sea muy tarde. Así mismo, que las agremiaciones se pongan de lado del ambiente y los consumidores, más allá del trillado concepto de la Responsabilidad Social Empresarial, sino como un compromiso real.
(*) Nota del Redactor: Gran parte de la flota actual de Transmilenio lleva más de diez años rodando, con buses de tecnología Euro II y III, que emiten cerca del 20% más de óxidos de carbono, 3 veces más óxidos de nitrógeno y 10 veces más de material particulado que la tecnología Euro V. Igual, esta última también se considera obsoleta por tener índices ya considerados bastante altos.
Textos e investigación: Diego Alexander Sánchez Acosta, especial para EL CARRO COLOMBIANO.
Fotografía portada: El Tiempo.