Quizá, la frase «un Jeep que no era un Jeep», es lo que mejor define a «El Llanero». Con él, se buscó evadir el uso de una marca omnipresente.
PUBLICRÓNICA No. 103.
Por Camilo Ernesto Hernández Rincón, historiador automotor.
Especial para EL CARRO COLOMBIANO.
Siete barras verticales, en medio de dos luces, son hasta hoy el sinónimo de una marca: Jeep. Pionera universal del vehículo todoterreno de doble tracción, adoptó esa figura como su imagen corporativa.
Su historia desde la guerra, y su derivación hacia lo civil, son harto conocidas. Sobre todo en Colombia, donde le disputa al Renault 4 el liderazgo en cuando a ser la verdadera primera solución de transporte debidamente adaptada a un país rural y geográficamente difícil. Lo que ahora cabe agregar, es que su éxito global lo importamos desde otras fábricas distintas a las originales de Estados Unidos.
El Jeep se fabricó en muchos países bajo licencia, y la necesidad del mismo en Colombia hizo que su línea llegara de otros orígenes. Uno de ellos, el que será hoy nuestro protagonista: «El Llanero», producido por Ford en Brasil y que también vino a nuestro país a finales de los años setenta.
Jeep diversos y de todo el mundo
Veamos algunos ejemplos de estos Jeep «no originales». En primer lugar, los curiosos CJ-2B de 1961 producidos por Mitsubishi en Japón, mucho antes del Montero, cuya entrada sigue siendo un enigma a investigar.
.
Luego, en 1976, una muy breve importación de este campero desde España, ahora como el Ebro Bravo L de carrocería alargada producido por Motor Ibérica, firma luego comprada por Nissan. Además, la primera incursión de Mahindra en el país fue con su clon indio del CJ5, en los años noventa. Hay evidencias, incluso, de algunos Jeep argentinos provenientes de IKA-Renault… aunque ellos sí eran Jeep auténticos.
En 1977, la Compañía Colombiana Automotriz (C.C.A.) se concentra en Fiat y deja de armar el Jeep CJ7. Con la inminente reapertura de importaciones, vuelve Jeep con los CJ5 y CJ7 estadounidenses, y poco después, los Renegade y las camionetas Eagle. Era un momento propicio, en parte por la Bonanza Cafetera de 1976, que permitió traer todo tipo de camperos por ser bienes de trabajo con precios favorables de origen.
.
Pero llegó una alternativa inesperada. Desde Brasil se importaron unos camperos que lucían como el Jeep tradicional, pero no llevarían ese nombre en Colombia. Producidos por Ford Motor do Brasil, se vendían allí como «Ford Jeep» pero en nuestro país se conocieron como «El Llanero».
Era evidente que la utilización del nombre Jeep no se autorizaría por parte de la marca original, puesto que se fabricaron en la planta que Ford compró a Willys Overland do Brasil en 1966 y que siguió produciéndolo por varios años más como Ford Jeep, bajo licencia exclusiva para ese país. Igual ocurrió con la antigua Station Wagon, rebautizada como Rural con un frontal diferente al original.
.
Cabe recordar, además, que en plena Segunda Guerra Mundial, Ford fue la segunda productora del Jeep junto a Willys Overland en Estados Unidos. Esta última se atribuyó astutamente el derecho de marca, pero esta circunstancia ya le era ajena a la coincidencia brasilera de su adquisición.
«El Llanero» en Colombia
Volviendo al caso de «El Llanero», era obvio el conflicto de intereses para Jeep y Ford en Colombia, y había que rebautizarlo. Era igual al CJ7, pero con discretos emblemas de Ford y la frase «Industria Brasileira» estampada en la plancha del tablero. Su identificación de marca iba pintada en forma de rectángulo naranja, con el nombre en fuente Helvética Bold Itálica y en mayúscula en ambos extremos del capó.
Pese a no ser descollante, creativa o revolucionaria, su publicidad cobra sentido al testimoniar este raro caso en nuestra historia automotriz, anunciando un vehículo de líneas reconocidas en un mercado que debía olvidar su marca de origen. Casi que una misma imagen de perfil que insinúa el frente del Jeep se usó en la mayoría de casos y, casi siempre, en plena acción en el campo colombiano.
En los anuncios, divulgados entre noviembre de 1979 y abril de 1980, el campero aparece pasando sobre un puente de tablas cargando con bultos, cajas, canastas y personas, puntualmente campesinos en la cotidianidad de su trabajo, vestidos con sombreros, botas y elementos de labranza. Además, se ven niños en su pubertad en la parte de atrás, algo que hoy sería polémico como apología al trabajo infantil.
En esos tiempos, ajenos al Photoshop, la imagen pasó por retoque en el laboratorio de revelado. Eso es evidente por el alto contraste y la definición de luces y sombras. Sin embargo, existe un anuncio que lo muestra de frente, pero pasando por un charco. Aunque es clara la imagen de Jeep, las salpicaduras y el contraste buscan distraer al observador frente a su apariencia.
«Mucho más económico»
Sus mensajes también son especiales en su intención distractora. El énfasis de encabezados y frases secundarias radica en demostrar, a toda costa, que «El Llanero es el campero para Colombia». Y, más curioso aún, debía quedar claro que dicho nombre debía percibirse como una nueva marca.
Desde luego, aparecen la red de concesionarios al cierre y se señalan sus atributos: motor 2.6L de cuatro en línea, capacidad para 637 kg de carga y tanque para 10,5 galones de gasolina. Aparecen también palabras clave en comillas, que apelan al cliente potencial: «agarre», «aguantar» y «responde» se resaltan de ese modo para llegar a un target muy claro: agricultores y transportadores rurales cuyo hábitat está en pueblos y veredas.
.
Además, una ventaja para adquirirlo: 60 meses de financiación por parte de la Corporación Financiera del Transporte, ente adscrito al Ministerio de Desarrollo Económico, que entonces también importó vehículos de la «Cortina de Hierro» como los camperos rumanos ARO Carpati.
En uno de los anuncios, una frase llamativa buscaba seguir distrayendo al comprador potencial que reconocía de sobra al Jeep genuino: «¡Y es mucho más económico que el Jeep tradicional!», frase que demuestra la dificultad de ocultar un origen y es la única mención del mismo, a fin de ofrecer su misma apariencia a menor precio.
.
Con el paso del tiempo, este campero se terminó conociendo como «Jeep El Llanero» o «Ford El Llanero». Ocultarlo fue imposible. Y, aunque no llegó en grandes volúmenes, su apariencia se confundió en el tiempo con los otros Jeep que han engrosado el parque automotor de taxis rurales en los pueblos colombianos.
Ocultando lo inocultable
En Brasil, el Jeep Ford basado en el CJ5 se fabricó entre 1958 y 1983, con tres tipos de motor. El último de ellos, de origen Ford, nos llegó con «El Llanero». Incluso, se conoció una versión propia alimentada con etanol. Finalmente, este campero derivó en el Troller T4 que se produjo hasta enero de 2021, cuando Ford cerró sus plantas en el país vecino.
Entre otras curiosidades, llegó a anunciarse en la muy exclusiva revista Diners de formato cuadrado, enfocada en ese momento al alto poder adquisitivo. También tuvo publicidad exterior en vallas, junto a la pauta constante en la prensa nacional.
La publicidad de «El Llanero» es interesante en la medida que sus creativos e importadores hicieron todo lo posible por evadir una suplantación de marca que, de todos modos, era demasiado notoria. Su caso no fue el primero ni el único, pues se dieron otros casos parecidos.
Ocurrió con los Dacia importados por Autoben en los años noventa, cuando su parecido inocultable con el Renault 12 sirvió para justificar la compatibilidad de repuestos originales con la casa francesa. O, de igual forma, los de Lada Samara y Simca Mil, que recurrieron a la mención de Porsche cono base de sus virtudes tecnológicas.
Vea más de la serie PUBLICRÓNICAS, aquí.
CRÉDITOS:
- Textos e investigación: Camilo Ernesto Hernández Rincón.
- Fotografía en Vivo: Autos La Centenario.
- Edición de texto, reconstrucción digital de imágenes y Dirección General: Óscar Julián Restrepo Mantilla.