Este es el primero de una serie de artículos sobre las épocas más difíciles que ha vivido este sector desde que hay estadísticas al respecto, involucrando situaciones como crisis financieras, reformas tributarias, problemas políticos y de orden público, y por supuesto, recesiones.
Desde 1970, el gobierno de Misael Pastrana Borrero como parte de su programa de gobierno «Las Cuatro Estrategias», aplicó una serie de incentivos al sector metalmecánico mediante la creación de un programa de carro popular para la clase media que acercó el sueño de tener su primer cero kilómetros a ese segmento de la población, quienes hasta entonces solo podían aspirar a un carro usado, de preferencia modelos americanos de los años 1950 y 1960.
Los automóviles cero kilómetros llegaban a cuentagotas por la cantidad de restricciones para importarlos, entre ellos altos aranceles y la obligación de obtener licencias previas, mientras que el ensamble nacional estaba enfocado en gran parte a vehículos utilitarios, y muy poco a vehículos de pasajeros.
Entre 1970 y 1974 el ensamble nacional vivió una época de oro. El Renault 4 rompió el paradigma de la reticencia al automóvil europeo por parte de los consumidores y las ventas de vehículos pasaron de 28.894 a 48.415 unidades en esos cuatro años, motivadas por la presentación de nuevos modelos, facilidades de pago y un boom económico en el que el Producto Interno Bruto nacional crecía a tasas del 6% anual.
Eterno problema con eterna respuesta
En agosto de 1974 tomo posesión Alfonso López Michelsen, cuyo plan de convertir a Colombia en el Japón de Sur América se vio truncado. El alza de los precios del petróleo por el embargo de los países árabes que lo producían coincidió con la pérdida de autosuficiencia de este rubro en el país, al tiempo que la recesión económica mundial que causó este problema provocó una reducción de las exportaciones.
Dicho evento golpeó las finanzas del gobierno a tal punto que presentó una reforma tributaria en la cual el Impuesto a las Ventas de los vehículos ensamblados en el país pasó del 15% al 35%, ocurriendo lo mismo con los importados cuyo aumento fue de diez puntos porcentuales.
Este aumento exagerado de la carga impositiva, sumado al alza de las tasas de interés para frenar los problemas de inflación que causó el modelo económico de alto gasto público ejercido en el periodo presidencial de Pastrana, generó que las ventas de vehículos se frenaran en 1975 a 47.894 unidades.
Si bien no fue una caída grande, las ensambladoras quedaron con mucho inventario acumulado teniendo incluso que almacenar sus autos en la sede de Corferias en Bogotá, mientras que, paradójicamente, el gobierno dejó entrar al país 10.626 vehículos comerciales en “extrañas circunstancias” (en 1974 solo fueron 5.171), así como 5.696 camperos y 1.998 automóviles de pasajeros, que ayudaron a palear la caída de las ensambladoras en las cifras finales, las cuales pasaron de 36.195 en 1974 a 29.575 carros en el año siguiente (-18,3%).
El mercado automotor colombiano en 1975
Por parte de las tres ensambladoras establecidas en ese año, Sofasa-Renault, Chrysler Colmotores y la Compañía Colombiana Automotriz (CCA) que armaba carros de la marca Fiat, se ofrecían en 1975 los modelos que relacionamos a continuación.
En la gama popular se daba una guerra a muerte entre el Renault 4 y el Simca. El Amigo Fiel en ese año estrenaba su característica persiana de plástico conservando el motor de 850 c.c. de tan solo ¡38 caballos de potencia!, mientras el Simca respondía con un nuevo motor, ahora de 1.294 c.c. y 75 caballos de potencia, además de mejoras en el equipamiento como la adopción de frenos delanteros de disco, desempañador trasero, cortavientos en los vidrios laterales y cambios en los medidores del tablero.
En el siguiente escalón se encontraban el Fiat 128L, un sedán de bellísima línea y motor 1.290 c.c. de 70 caballos; el veterano Zastava 1.300, cuyo material de ensamble era proveniente de Yugoslavia y se intercambiaba por café, y montaba un motor 1.295 c.c. con 72 caballos; y el Renault 6 TL con motor 1.108 c.c. de tan solo 48 caballos.
Dentro de los modelos de gama media-alta se encontraba el que a partir de ese año sería el carro más vendido en Colombia, el Renault 12 TL en carrocerías Sedán y Break, con motor 1.300 c.c. y 60 caballos de potencia. Sus contrincantes fueron el Fiat 125 Polsky construido con CKD polaco y equipado con motor de 1.481 c.c., 83 caballos de potencia y gran nivel de equipamiento que incluía frenos de disco en las cuatro ruedas; y el Dodge 1.500 con el motor de 1.498 c.c., carburador Stromberg y potencia de 72 caballos, que para ese año estrenaba su carrocería Station Wagon.
Más arriba del escalafón, en solitario, un representante del carro americano de ensamble local y para entonces, un automóvil aspiracional. Era el Dodge Dart con dos opciones de motor, el seis cilindros (3.7 litros) más conocido como “borracho” en el argot popular con caja de cambios mecánica de tres velocidades, y el de propulsor V8 (5.2 litros) conectado a una transmisión automática y algunos aditamentos de lujo.
Por otra parte, los vehículos comerciales eran casi que monopolizados por Colmotores con su pick up Dodge D100 y el camión mediano D300, además de los camiones pesados D600 que hicieron época y que incluso fueron ofrecidos como chasis para los buses de servicio público.
Entre tanto, la CCA abandonaba el ensamble de sus camperos provenientes de la American Motors como el Jeep Commando y los Jeep CJ-5 y CJ-6 para dar espacio a su línea de camiones Fiat. Sofasa puso su cuota al ensamblar las furgonetas Renault 4F, aún en contra del contrato que había suscrito con el Gobierno Nacional que le obligaba a producir sólo vehículos de cuatro puertas.
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Modelos importados
A excepción de las empresas Distribuidora Nissan y Distoyota que ya mantenían una estructura comercial sólida, el resto de marcas eran representadas por concesionarios que tenían convenios a su cuenta y riesgo con la casa matriz para distribuir sus vehículos.
Este último fue el caso de General Motors que alcanzó a importar algunos modelos como Chevrolet Nova, Chevelle, y Camaro, además de unos pocos Pontiac y Buick por encargo, y Ford que pudo traer los Maverick, Torino, y el mastodóntico LTD.
El grueso de las ventas de estos concesionarios fueron en realidad los carros de trabajo favorecidos por bajos aranceles y licencias de importación muy laxas, como fue el caso de camionetas como Chevrolet C-10, Blazer K5 y los camiones C-30, y las Ford Bronco, Ranger F-100 y F-300.
La Ford F-100 Ranger se convirtió en símbolo de una clase emergente. Hablamos de los carteles de la costa atlántica, que tomaron un impulso muy fuerte en esos años gracias a su negocio con tráfico de marihuana, por lo que a dichas camionetas se les conoce como marimberas.
Otro concesionario reconocido fue Corauto en Bogotá, que como parte de la red Fiat, además de la gama nacional también importó modelos como el Fiat 132S y el coupé Fiat 124 Sport, además de algunas referencias de Alfa Romeo y Lancia.
Mientras en los países del primer mundo a raíz de la crisis energética los carros japoneses comenzaban a imponerse, en Colombia se vendían a duras penas. Fueron muy contados los Toyota Celica y sedanes Datsun de la serie C y deportivos de la serie Z que pudieron llegar al país. Con los camperos la situación era muy diferente, pues contaban con sus favorabilidades de importación. Así, los Toyota Land Cruiser y Nissan Patrol estaban tranquilos sin competencia local, mientras que el Land Rover Santana de fabricación española les intentaba hacer algún contrapeso.
Mientras tanto, la élite podía degustar de la conducción de los Mercedes-Benz W114 y W115, además del lujoso Clase S W116 y los deportivos SL, los BMW Serie 5 E12 y los primeros compactos de la Serie 3 E21 que compartían vitrina con los 2002.
Textos e investigación: Fabián Rojas Castañeda, Redacción Revista Virtual El Carro Colombiano.
Imágenes: Archivo Ricardo Plano Danais, Archivo El Carro Colombiano.