Luego de declararse en bancarrota, Fisker intentó que sus clientes pagaran los daños por sí mismos, mientras sus autos perdieron conectividad y sufren múltiples defectos.
Hace apenas unos años, Fisker había regresado al mercado con promesas ambiciosas, presentando el Fisker Ocean como un SUV eléctrico de vanguardia. Sin embargo, en 2024 la empresa se declaró en bancarrota, y para muchos de sus fieles clientes comenzó una pesadilla prolongada.
Más allá de la quiebra en sí, las decisiones tomadas con posterioridad, especialmente un plan que exigía a propietarios pagar por reparaciones derivadas de llamados a revisión, sumaron tensión a una relación ya quebrada entre marca y usuario.
El plan de bancarrota de Fisker no era convencional ni aceptado por todos. Y es que, más allá de reconocer defectos cubiertos bajo recall, proponía que los propietarios pagaran la mano de obra en los talleres. La compañía justificaba esto con que solo aquellos autos cuyas piezas de recall no sobrepasaran los US$ 750.000 estarían cubiertos totalmente. En la práctica, los clientes se quedaban con la carga de trabajo, con la posibilidad de reclamar reembolsos más adelante, pero solo si Fisker ganaba litigios contra los proveedores involucrados.
Fallas y más fallas
El Fisker Ocean no tardó en mostrar sus grietas. En poco más de un año después de empezar ventas, acumuló al menos seis recalls, que abarcan desde fallas en manijas exteriores, defectos en bomba de agua, hasta fallas en la transmisión que podrían ocasionar que el SUV se desplace sin control. Los organismos reguladores, como la NHTSA en EE. UU., intervinieron obligando a Fisker a asumir los costos de ciertos retiros de mercado.
Por ejemplo, en junio de 2024 Fisker notificó un recall que involucraba más de 12.000 unidades debido a manijas exteriores que pueden atascarse y no permitir la apertura de puertas. En otro caso, la NHTSA investigó unas 7.745 unidades por riesgo de “rollaway” o movimiento involuntario cuando el auto está estacionado, y obligó a Fisker a lanzar una actualización de software que introdujo una función llamada “Auto Vehicle Hold” para evitar desplazamientos.
En un informe, la propia NHTSA cerró investigaciones preliminares en agosto de 2024 tras confirmar que algunos problemas habrían sido resueltos por recalls y actualizaciones. Documentos oficiales del mismo organismo también indican que el Ocean 2023 tenía un defecto de indicadores del panel: las luces de advertencia podían aparecer en ámbar cuando por normativa debían ser rojas, lo que constituye una falla de conformidad con reglas federales de EE. UU.
Sin conexión
Y como si los problemas mecánicos no bastaran, muchos propietarios enfrentan la desconexión total de servicios digitales. Al caer la empresa en bancarrota y perder el soporte en la nube, los autos se desconectaron. En tal sentido, dejaron de recibir actualizaciones inalámbricas, ciertas funciones remotas dejaron de operar, y los propietarios no tienen forma de conocer el estado de su vehículo, acceso remoto ni navegación en tiempo real.
Frente a esa situación, un grupo de más de 4.000 propietarios fundó la Fisker Owners Association, FOA, para asumir el rol que la marca dejó vacío. La FOA lanzó herramientas como OceanLink Pro, unas app de terceros, y un dispositivo tipo dongle llamado OceanLink Pulse para recuperar algunas funciones digitales perdidas.
En otros casos, la comunidad ha acusado a empresas como American Lease, que compró los Ocean remanentes para gestionar recalls, de intentar trasladar costos a los propietarios o monetizar datos del vehículo.
El Fisker Ocean originalmente costaba cerca de US$ 70.000. Pero, en el mercado de usados algunos ejemplares con poco kilometraje se están ofreciendo por precios similares a los de un Nissan Versa. Esa depreciación refleja no solo el deterioro físico y funcional, sino la pérdida de confianza total en la marca. Así, muchos propietarios optan por deshacerse de sus unidades porque no hay respaldo de marca ni garantía confiable.
Presión a Fisker
Ante las protestas de los clientes, la NHTSA y otras instancias federales presionaron para que Fisker asumiera los reparos sin costo para el consumidor, acceso que la ley estadounidense dispone para vehículos menores a 15 años. La marca inicialmente insistió en que los propietarios pagaran mano de obra, lo que generó una tormenta regulatoria.
Finalmente, según medios como Business Insider, Fisker rectificó y anunció que cubriría los costos del recall para los casos prioritarios, aunque la credibilidad ya estaba seriamente erosionada. Además, la empresa enfrentó investigaciones de la Comisión de Bolsa y Valores por sus planes de liquidación y la forma en que pretendía liberar las responsabilidades a terceros.
La caída de Fisker es más que la bancarrota de una startup automotriz, es la exposición radical de lo que ocurre cuando se combina innovación con ejecución precaria. Los propietarios del Ocean no solo han visto sus vehículos desplomarse en valor, sino que han sido arrastrados a una carga legal, técnica y emocional.
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Paola Reyes Bohórquez.