Uno de los primeros casos de publicidad testimonial de carros en Colombia ocurrió hace 95 años, cuando tres marcas de lujo aprovecharon la visita al país del aviador Charles Lindbergh.
PUBLICRÓNICA No. 95.
Por Camilo Ernesto Hernández Rincón, historiador automotor.
Especial para EL CARRO COLOMBIANO.
Se define como «Publicidad Testimonial» toda la que utiliza un personaje célebre que da testimonio sobre un producto o servicio, dando fe de sus atributos. En todo el mundo, la historia de la publicidad es pródiga en ejemplos. Y en el campo automotor, hay de todo.
En los años setenta, el actor mexicano Ricardo Montalbán hizo famoso al Chrysler Córdoba. Por su parte, el fracasado Edsel de Ford contó con un «mano a mano» entre Frank Sinatra, Bing Crosby y Louis Armstrong para lanzarse en el primer programa de TV que se registró en video tape. Corredores, deportistas en general, artistas o ejecutivos de renombre, han posicionado vehículos en la mente del público.
El caso colombiano no es la excepción, pero el que hablaremos hoy es excepcional por el momento, el personaje y las circunstancias. En los «locos» años 1920, el héroe mundial era Charles Lindbergh, un solitario aviador quien consiguió, a manera de hazaña, ser el primer piloto en cruzar el oceáno Atlántico, volando desde Nueva York hasta París. Fue el primer vuelo trasatlántico de la historia.
Aprovechando las circunstancias
Dicho logro, en medio de la dificultad que representaba, iluminó a un mundo que quería heroes. En la misma Francia se dio un antecedente para este relato.
El industrial André Citroën le hizo una gran recepción y de igual modo, el propio «Lindy», como se conocía a Lindbergh, diría después que la marca escrita con luces sobre la torre Eiffel, le sirvió de indicación. Citroën, fundador de la marca que lleva su apellido, sabía aprovechar muy bien esas oportunidades para promoverse. Pero eso merece todo un estudio por aparte.
Al volver a Estados Unidos, recibió toda la acogida posible. De igual forma, se organizó una gira de buena voluntad que cubrió a América Latina, siendo Bogotá uno de los destinos del aviador, en enero de 1928. La Colombia aldeana de entonces, que se ponía al día con el siglo XX, se ilusionó. Así, entre la prensa y la publicidad, que aún desconocían a la radio, revistieron aún más la leyenda del solitario Lindy.
Productos como tónicos capilares comparaban sus bondades con las proezas de Lindbergh, al tiempo que se anunciaban marcas de licores que se consumirían en las recepciones del aviador. En general, cualquier producto aprovechaba para visibilizarse. Pero así como la aviación, el naciente fenómeno del automóvil se percibía como hace 30 años al Internet, o como hoy a la inteligencia artificial.
Carros y Charles Lindberg en Colombia
Dos firmas se valieron del momento: General Motors y Packard. La primera, a través de sus marcas de alta gama, Cadillac y La Salle. Y la otra, en forma independiente. Ellas competían en Estados Unidos, así como Lincoln bajo el paraguas de Ford y otras que llegaron desde allí como Stutz, Auburn y Pierce Arrow, entre otras.
Cadillac y La Salle, junto a buena parte del portafolio GM, eran representadas por Miguel Samper a través de la firma Samper, Ángel & Co. S.A., con presencia en Bogotá y otras ciudades. Como contexto, La Salle fue una marca de lujo «asequible», ubicada un escalón por debajo de Cadillac.
En este caso, el anuncio es escueto y se basa en un simple titular a mayúsculas, sin recursos visuales. Su efectividad radicaba en darle mayor tamaño a los términos clave: “LOS AUTOMÓVILES QUE USARON LINDBERGH Y LOS MIEMBROS DE LA LEGACIÓN AMERICANA EN BOGOTÁ, FUERON UN CADILLAC Y UN LA SALLE PRODUCTOS DE LA GENERAL MOTORS”.
Abajo, la mención a su importador y arriba a la izquierda, el texto de General Motors en línea curvada cubriendo a sus marcas. No era necesario mostrar nada ni decir más, pues el mismo anuncio apareció días después, cuando Lindbergh voló de Bogotá a Maracay, en Venezuela. Ahí, ya era publicidad de sostenimiento.
Publirreportaje pionero
Del país vecino, Charles Lindbergh llegó a Bogotá el viernes 27 de enero de 1928. Hubo poco cubrimiento en la edición del día siguiente; pero en la novena página, una fotografía central a cinco columnas con titular y texto al pie, titulaba «El as de la aviación en el as de los automóviles». Parecía ser una noticia más, pero era lo que hoy llamaríamos un Publirreportaje.
El pie de foto señala que, cuando Lindbergh regresó a Nueva York, la municipalidad de la «Gran Manzana» había escogido 24 unidades del Packard 8 cilindros para su recibimiento. Con el mismo modelo continuaría en Washington. Cerraba el texto su representante, Antonio Puerto. El mismo de Dodge Brothers, periféricos como las llantas Goodrich y algunas flotas de taxis en Bogotá.
Ambos anuncios ocuparon casi la mitad de cada página pautada. Y pese a no ser brillantes en la gráfica, fueron oportunos. De los tres nombres, sobrevive Cadillac que sigue siendo el estándar del lujo estadounidense, responsable incluso del transporte presidencias de los Estados Unidos.
Packard, que merece líneas especiales, desapareció en 1958. La Salle, por su parte, lo hizo en 1940. Lindbergh vivió hasta 1974 entre controversias y paradojas que incluyeron el secuestro y muerte de su hijo, pocos años después de su hazaña.
Los anuncios aquí exhibidos, a diferencia de lo que hasta hoy se estila en acuerdo con la celebridad de turno, fueron producto de un instante oportuno del que el propio Lindy, tal vez, no se enteró. Pero son otra evidencia de este tipo de publicidad que se repetiría varias veces, como cuando el Jeepster Comando transportó a un Papa y tres astronautas, años después.
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CRÉDITOS:
- Textos e investigación: Camilo Ernesto Hernández Rincón.
- Edición de texto, reconstrucción digital de imágenes y Dirección General: Óscar Julián Restrepo Mantilla.